La Casa-Museo de Quevedo (Torre de Juan Abad) acoge del 1 al 30 de septiembre la muestra pictórica “De la mano de Julián”. No sé si porque Julián Luis Medina es amigo de las palabras, o porque es un poeta del color, en sus lienzos hay auténticos poemas. Pero en esta larga controversia entre ética y estética, yo creo que él -sin acaso proponérselo, no parece hombre de disquisiciones- se decanta por la ética. Como por ella se decantan todos los que tienen un corazón puro. Y él lo tiene.
Realismo y pureza es lo que yo destacaría de su obra. No cabe duda, Julián ama su entorno, por eso las cosas de todos los días se asoman a sus cuadros en un esfuerzo de verismo y realidad. Sus cuadros son lo cotidiano, pero captado cuando la luz y el tiempo le dan un fulgor que hace desconocido el entorno, más íntimo, más nuestro. Su repertorio está bañado en silencio. No se deja llevar por el sol de nuestra tierra, pero ahí está su luminosidad en la firmeza y austeridad del color. Otro detalle -yo diría que otra sustancia de su pintura- es el tiempo. Fijaos en algunos cuadros, en las añosas maderas, en los antiguos herrajes, en los misteriosos puntitos blancos, y veréis como el tiempo se adensa en la superficie de las cosas, dándoles un tono de profundidad y misterio.
Realidad, verismo, tiempo, bondad… Transubstanciación de todo ello en color y en poesía. Creo recordar que fue Plutarco quien dijo que la pintura debe ser una poesía callada. Esta es la pintura que nos deja este hombre bueno que es y será siempre Julián Luis Medina Medina.